Salí temprano en la mañana caminando hacia una carnicería en Punta las Marías en San Juan, que queda a diez cuadras de mi hogar. En algún momento pasé por un extremo del parque y vi aves en la playa. Paré a tomarles fotos. En eso se me acerca un carrito de golf de Policía y me dice “¿Sabía que no puede estar en la playa? Le tengo que dar una citación. Deme su nombre. Deme su ID”. Le repetí tres veces que solo estoy pasando a tomarle unas fotos a las aves, que iba de camino a la carnicería, y me negué a darle información. El oficial tomó su radio, dijo “dama en obstrucción” y se me acercó. “Oficial guarde la distancia”, le dije. Pero ahí me esposaron y tomaron mis pertenencias. Los oficiales me expusieron al contacto [con el virus] y me dio mucha ansiedad. Yo no quiero contagiar a los míos. Fue mi primera vez esposada. No sé si el carro estaba esterilizado. Había la posibilidad de contagio. Aparte de lo excesivo [del arresto], me preocupaba el contagio. No solo eso, sino que me dejaron caminando del cuartel hasta mi casa.

Me encontraba en la playa ya que me cancelaron un compromiso, así que tenía un traje puesto, sin ropa ‘apropiada’ para ir para la playa. Allí me siento bajo una palma sobre un tronco virado que mide 6 pies de largo. Me siento en este tronco con la playa relativamente vacía. Había unas 15 a 20 personas esporádicas. Me violentaron los derechos, mi libertad. Se me juzgó aunque tenía la mascarilla en mi cuello. Primero llegan dos oficiales blanquitos con tono autoritario y retante y me piden la mascarilla, la busco y me la pongo. Después pasan a la media hora y me piden mi identificación, que no tenía. Me amenazaron con arrestarme si no la enseñaba, y al final me multaron. La Policía actuó de manera retante, autoritaria, con actitud intimidante. Me sentí ofendido porque se me habían violado mis derechos. Me sentí juzgado y discriminado, razón por la cual entiendo que fue la intervención. A mí se me intervino porque un muchacho negro (yo) y otro con una piel un poco más clara estaban sentados frente a la playa, una playa altamente frecuentada por turistas. Alrededor todos blancos, ninguno con mascarilla. Durante las tres horas de estar en la playa no vi ni una intervención como la mía. A nadie. Me rehuso a quedarme callao’. No se siente bien ni se siente paz en el corazón cuando a uno lo discriminan. Se siente violentado por unas fuerzas que reclaman autoridad sobre ti sin tenerlas. Sin fuerzas se siente uno ante las injusticias.