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Ese día, [el 1ro de mayo de 2020,] el día de los trabajadores, estaba viendo los sucesos de manifestaciones de este año en las noticias a eso de las 6:30-7:00 p.m. De momento, se abre mi celda y veo al oficial José Sánchez en la puerta acompañado por otros dos oficiales; uno de apellido Castillo y otro también de apellido Sánchez.

Esta inspección fue completamente inusual. Además de que abrieran mi celda a esa hora, los tres oficiales llevaban caretas o máscaras puestas, aquellas que la fuerza de choque utiliza para tirar y protegerse de los efectos del pepper spray en las protestas. También logré ver que Sánchez tenía un pote de como 12 o 13 pulgadas de largo con pistilo y gatillo.

Aunque estos tenían máscaras, logré identificarlos por su físico corporal completo. Después de estar dos años allí uno conoce quienes son los guardias que están dando “seguridad”, entre comilla.

Antes que yo pudiera reaccionar a la situación y sin ellos entablar diálogo, Sánchez me echó gas pimienta en la cara y todo el cuerpo. Esto pasó en cuestión de segundos. Yo no me esperaba nada de esto. Estaba viendo televisión, recostado de la celda, ahí se abre la puerta y ¡pan! Me tiran el gas encima.

Automáticamente me protegí con mis brazos y me agaché doblando mis rodillas, pero aún así me calló gas pimienta en la cara, en la boca y en los ojos. Dentro de lo que recuerdo, comencé a gritar del dolor y decirle [a los oficiales] “¡¿Qué carajo pasa?! ¡¿Por qué diablo haces esto?!”.

Inmediatamente Sánchez me ordenó a que me vistiera. No recuerdo si estaba con la camisa o no, pero sé que hice lo que se me ordenó. Desde que me echó el gas pimienta no podía ver, apenas podía verme los zapatos mientras caminaba.

Cuando logré vestirme, Sánchez me haló bruscamente por mi uniforme y el brazo, me tiró de mi celda a empujones. De igual manera, me empujó por todo el pasillo ya que estaba caminando a ciegas [por el gas pimienta en los ojos] con mis manos extendidas al frente para intentar no tropezar o caerme con algo.

Los otros dos oficiales no intervinieron, solo fueron de observadores y sin decir nada. Creo que Sánchez los llevó para que estuvieran presente y fueran de testigos por si yo reaccionaba de manera violenta o si le golpeaba.

Me llevaron a empujones y arrastrándome por los pasillos yo estando ciego por el gas pimienta. Entonces, cuando tropiezo y caigo al suelo, Sánchez me echa gas pimienta segunda vez por todo mi cuerpo, como si fuera insecticida. Apenas habían pasado unos 3 minutos desde que me echó [gas pimienta] por primera vez en la celda.

[Sánchez] vuelve a levantarme y a empujarme por un pasillo sin yo saber mi rumbo como por 7 minutos. El oficial finalmente me empuja violentamente dentro de una celda y caigo encima de un banquito. Ahí me doy cuenta de que estoy en una de las duchas de las facilidades. Entonces, sin haberles hecho algo y apenas dándome cuenta de donde estaba, siento que Sánchez se me acerca, me pega el pote en la cara y me tiran gas pimienta por 3ra vez directamente en los ojos

En esta ocasión Sánchez me gritó “¡Estos es para que aprendas, viejo bocón!… ¡Cabrón!”.

Cerraron la celda y me ordenaron a que me bañara. Estuve 45 minutos bajo el agua para intentar aliviar el ardor, pero este no se iba. Otro guardia me trajo jabón, una toalla y ropa limpiar. Cuando termino de ducharme me indicaron que me van a llevar a sala médica para que me evalúen.

Inmediatamente exigí que no fuera escoltado a sala médica por el oficial Sánchez.

“¡Quítenme a este desgraciado, a este abusador de mi lado! ¡Si no, no voy para Que sino para servicios médicos!”, les dije.

La reacción de Sánchez fue burlarse y decir “Ay, ahora me tiene miedo ahora” y otras cosas similares.

Pero esto no me sorprende. La reacción de los oficiales cuando pasan estas cosas es como si hubiese fiesta, ya que es parte de su regocijo disciplinario. Ellos no sienten el dolor y ninguno de ellos mostró preocupación ante el ataque de Sánchez.

En lugar de Sánchez, quien terminó escoltándome a sala médica fue otro oficial abusador de apellido Avilés. Nos montamos en un vehículo oficial y conducimos unos 5 minutos hasta el área de la 500, edificio donde se encontraban los servicios médicos.

Al llegar, como protocolo de COVID-19, siempre tenemos que lavarnos las manos antes de entrar a sala médica. Mientras terminaba de lavarme las manos el oficial Avilés me gritó “¡Te estás tardando demasiado!” y me dio un manotazo en el pecho que me empujó hacia atrás y me alejó del lavamanos.

Cuando me escurro las mano y comienzo a caminar hacia el área de servicios médicos Avilés me dio otro manotazo con la mano abierta en la parte posterior de la cabeza. Dentro de sala de emergencias varios guardias vieron esta situación, pero sé que ninguno serviría como testigo de esto.

Allí me ponen en otra celda hasta que me toman la presión y los signos vitales. Luego de esto el médico me ve y, mientras hace sus anotaciones, yo me quejo de dolores en una pierna y en los brazos. Estas heridas fueron resultado de los empujones y el maltrato que Sánchez me ocasionó desde mi celda hasta las duchas. Procedieron hacerme un cotejo corporal e identificaron hematomas en mis brazos y piernas. Tengo documentación de esto en los archivos médicos que le voy a enviar. Me sentía bien bien angustiado y con el cuerpo ardiendo.

De regreso me llevan de nuevo a admisiones cojeando. Cuando llegamos, Avilés me metió en otra celda para sacarme unas fotos que nunca supe para qué eran. Avilés comenzó a sacarme foto, pero tenía una semblanza incómoda, de molestia e insatisfacción por todo lo que me pasó y no quería cambiar mi cara. Como respuesta Avilés me pateó mi rodilla izquierda con su pie derecho múltiples veces, aún sabiendo que me había quejado de dolores y estaba visiblemente lastimado por las agresiones de Sánchez.

Me tomaron la foto y me llevaron a mi celda, llegando a esta como a las 10:00-10:30 p.m. En las celdas no tenemos reloj, ni espejos, ni luz, así que no te sabría decir. Cuando es oscuro, es oscuro, no hay nada más.

Esa noche no pude dormir por el ardor. Me persiguió y persistió por par de días en los genitales, los brazos y por todos lados. Fue insoportable. Sentía que mi piel esta ardiendo.

De ese momento en adelante no recibí ningún otro tipo de insulto hacia mi dignidad. Aunque cuando me encontraba con el oficial Sánchez por las facilidades, ya fuera de camino a gestiones en trabajo social o psicología, este me sacaba el dedo y me hacía gestos de burla sacudiendo las manos en puños debajo de los ojos, como si estuviese llorando. Reporté esta conducta a la administración dejándoles saber el hostigo y la persecución que tenía Sánchez conmigo, pero nunca hicieron algo al respecto. Esto continuó hasta que lo removieron y nunca más lo volví a ver.

Actualmente estoy yendo a un psicólogo y me atiendo con una muchacha que me da coaching para ayudarme a sobrellevar estas experiencias. No sé el síndrome post carcelario está documentado en la psicología, pero se debería de estudiar más. El temor que uno tiene cuando sale, la forma en que se te marca como preso, las implicaciones que esto tiene en la sociedad, es grande.

De igual manera, hay una constante desvalorización del confinado. Ahí no te llamas Jaime o Rodríguez, sino se refieren a ti diciéndote “¡Mira, preso! ¡Mira, viejo!”. En ocasiones les decía “Mira, yo tengo mi nombre. Soy una persona mayor que usted. No me llames así si no te hice nada.” Te generalizan y eso es un insulto y trato abuso, estoy claro que esto es así.

Nunca me trataron adecuadamente y menos ese día. [Sánchez] usó el gas pimienta sin medir y sin ningún tipo de razonamiento. Andan con él todo el tiempo. Ellos tenían máscaras [para protegerse del gas pimienta] cuando entraron a mi celda, así que ya había una predeterminación de hacer esto. Llegaron a la celda con las caretas puestas y sabían lo que iban hacer.

Me sentí insultado y herido, tanto física como emocionalmente. Creo que así se puede describir. Fue un insulto a mi persona, a mí como ser humano. También sentí miedo, aunque en el momento lo que trata uno es protegerte por instinto humano. Mi disgusto con la situación es inmenso.