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El 18 de octubre [de 2021] nos manifestamos frente al Capitolio en contra del PC 1003, ahora Ley 53, porque es insostenible y atenta con servicios esenciales, la UPR y las pensiones de los actuales y futuros jubilados. Teníamos una pancarta que leía: “Cero recortes a nuestras pensiones” y la gente que la cargaba era, en su mayoría, mujeres jubiladas. Intentamos desplegarla en las primeras escalinatas del Capitolio, pero inmediatamente llegó la Policía para empujarnos y decirnos que no podíamos estar ahí.

Cuando nos ubicamos en el primer escalón, los oficiales se ubicaron detrás de nosotros y nos empezaron a empujar con macanas, principalmente a mí. Se pararon tres policías detrás de mí y me arrinconaron en las escalinatas del Capitolio. En las escalinatas había dos filas con más de 12 policías; eran entre 24 a 30 oficiales en total. Inicialmente, en la primera línea, eran los policías regulares, pero luego llegó la fuerza de choque.

En ningún momento nos advirtieron ni nos dieron razón para intervenir o utilizar fuerza. Solo se pararon a nuestras espaldas y empezaron a empujar. Nos dijeron que no nos podíamos expresar ahí ¿Entonces, en dónde nos vamos a expresar? Lo único que estamos haciendo es desplegando una pancarta.

En varias ocasiones le digo que lo único que necesitamos son tres escalones para desplegar la pancarta. Nosotros no estábamos obstruyendo su trabajo, pero ellos sí estaban obstruyendo nuestra protesta. Pero ellos dijeron “este es el perímetro”.

Le dijimos que no estábamos haciendo nada incorrecto, que estábamos protestando para que se conociera nuestra posición en contra del PC 1003, que uno de nuestros reclamos era cero recortes y que eso, precisamente, era lo que decía la pancarta. Queríamos que se viera la pancarta como parte de nuestro derecho a la expresión, pero ellos se negaron totalmente. Nosotros no hicimos nada incorrecto, pero siguieron arremolinándose.

Continuaron empujándonos hasta que nos bajaron del primer escalón. Querían sacarnos de allí. El altercado empezó tratando de arrinconarme en uno de los laterales de las escalinatas, donde me atropellaron totalmente. No tenía forma de moverme. Ellos me rodearon y arrinconaron contra la pared.
La gente empezó a gritar diciéndole: “Esto es violencia, la estás pegando contra la pared”.

No pude ver si estaban identificados porque le estábamos dando la espalda a los policías y estaban pegados a mí. Uno tenía una de sus piernas entre las mías, impidiéndole maniobrar. Una de las guardias me raspó el codo con sus uñas afiladas, dejándome una marca de una pulgada. También tuve varios hematomas por varios días en los brazos y en la espalda por los empujones que me dieron contra la pared.

Ellos me atascaron entre la escalinata y la pared y seguían empujándome. Hubo dos compañeras de Vieques que, cuando observaron que me podía caer, se sentaron en el piso tratando de agarrar mis pies y darme apoyo. Aún así me empujaron y caí encima de ellas dos al piso. Por suerte, los que estaban protestando me ayudaron para que mi cabeza no callera al piso. Caí en los pies de los manifestantes.

Yo no estaba armada. La única arma que yo llevo es mi voz y mi pancarta, y cuando entré al hemiciclo mi camisa. Mi voz, mi protesta, y mi consigna era mi arma.

En los próximos días la campaña se mantuvo en contra de mí. Cuando iba a cabildear obstaculizaron mi entrada a la cámara y al senado, a los hemiciclos porque tenía camisetas aludiendo al proyecto en discusión, lo cual era falso. Mi camiseta decía “Las canas se respetan y las pensiones también”, una camiseta negra del grupo al que pertenezco, que lleva dos años organizado. Les decía que no tenía que ver con el proyecto, es el nombre de mi grupo. No me dejaron entrar. Me decían que las reglas se cambiaban cuando les parecía pertinente y que en ese momento no me dejarían entrar con esa camiseta. Era una práctica discriminatoria. Radiqué una querella contra esos oficiales con un compañero en el cuartel de la Policía, pero en el cuartel no la querían tomar.

No. Me trataron muy mal. Soy una persona que estuve visitando el capitolio por varios días. Soy líder magisterial y me he distinguido por la defensa del retiro por décadas y ellos no quisieron dialogar. Me levantaron la voz, me empujaron y me dieron. Yo les decía yo soy una persona que lleva décadas luchando por esto, pero ellos a oídos sordos.

Me sentí maltratada, discriminada, incómoda y triste. Además de ser maestra jubilada y luchadora, yo soy una persona pobre y hay discriminación en esa dirección. Es lamentable que se me esté señalando, fichando y maltratando física y verbalmente; que tenga que dar tanta explicación de quién soy, hacia dónde voy y qué estoy haciendo. Todo por defender unos derechos. Soy una persona fuerte que lleva muchos años en la lucha y una esperaría que, después de 30 años de sacrificios en el Departamento de Educación, te tratasen con respeto. Pero ellos me llaman por mi nombre despectivamente: “Ah, aquí ya está Eva”. No soy una criminal. Soy una mujer luchadora caracterizada por ser defensora de los derechos humanos, y eso no es un crimen. Llega un momento donde una se siente sola porque la gente empieza a ceder esos espacios, aunque no tengas que hacerlo porque no estamos haciendo nada incorrecto. Seguiré dando la lucha, aunque eso implique quedarme sola.

Si prevalecíamos de estar ahi, nos iban a sacar y que esa eran las instrucciones.